Mi manera de razonar está más
allá de pesimismos que pudieran entorpecer la actual reflexión sobre el
problema del bien social. Según mi opinión, lo mejor que puede hacerse es
concientizarnos acerca de la realidad sociocultural con el fin de transformar y
no con objeto de abrir las puertas de la lamentación y la resignación. De esta
manera no llegaremos tan lejos. Lo importante es replantear la estructura del
siglo pasado para construir el siglo XXI con más fuerza y con más apego a los
intereses que competen a la sociedad, además, para que de ahora en adelante
volvamos la mirada a la antropología y a la sociología. Pues en un orden de jerarquización
primero es la antropología y luego la sociología: entendiendo al hombre se
sobreentiende a la sociedad. No podemos pensar en el progreso social si antes
no hemos logrado obtener la felicidad individual.
Vuelvo a insistir que no hay
oposición en cuanto al tema de la felicidad individual si ésta se busca para
poder sobrevivir en una sociedad culturalmente diversificada, y con el fin de
cooperar en su lenta pero segura transformación, pero si aquélla se busca con
fines egoístas y con métodos ilícitos ahí es donde comienza el problema de la
muy difundida cultura individual. ¿Qué hacer, entonces? Revalorar a la sociedad
y a la vida social como la mejor manera de situarse en el contexto del
desarrollo colectivo, teniendo en cuenta que en una sociedad individualista
no hay mucha posibilidad de progreso, sino un estancamiento económico,
político, cultural y material que en repetidas ocasiones deviene en la
disgregación de individuos o en el éxodo de personas a países más
desarrollados. ¿La finalidad? Ir en busca del sueño americano.
Influencia política
La sociedad no estuviera en
estas condiciones si los gobiernos en unión con los grandes espíritus dizque
civilizados del país, desde hace varios años se hubieran mostrado preocupados
por construir un dique para impedir la intromisión de ideas cuya finalidad era
perjudicar a la unidad nacional, y a la manera de pensar de los mexicanos.
Desafortunadamente se comenzó a hacer hincapié en el desarrollo económico y
político del país y se dejó a un lado aquello que nos hacía similares como
individuos y partícipes de una misma identidad nacional; la cultura. Ante esta
situación, también hizo su aparición el boom partidista, que irrumpió en gran
parte de la república mexicana. De esta manera, ciertos hombres sin una
verdadera preocupación por el progreso colectivo hicieron de esta realidad una
puerta de entrada a sus intereses personales por conquistar el poder. Naciendo
así la nueva concepción del hombre; eslabón de los grandes espíritus.
En el ambiente político, el
hombre empezó a considerarse como un instrumento a través de cual los
civilizados alcanzan el plano más elevado de la vida social. Esta nueva
concepción antropológica atentó contra la unidad nacional puesto que muchos
hombres hechizados por una fuerza ilusoria de transformación social se
empeñaron por acrecentar su propia membresía política. Y como consecuencia de
todo esto la conciencia de colectividad que se poseía en muchos lugares del
país se fue perdiendo, hasta devaluarse casi por completo. ¿Cuál fue la razón
principal? La idea de comunidad había cambiado como secuela de la gran
sectorización política. Parece que la felicidad y el bienestar ya no
representaban un derecho de todos sino el privilegio de unos cuantos.
Ante esto, muy pocos tomaron
conciencia acerca de la gravedad del asunto, y la meta por la que todos
luchaban eran metas particulares, sin tanto interés por mejorar el caminar de
la comunidad. Lo que antes constituía un gran interés colectivo ahora entraba
en un estado de agonía; el bien social. Líderes por todos lados trataban de
hacer leña del árbol caído ante la invasión de las teorías y actitudes
individualistas que trastornaban la vida social de todo el país, empedernidos
por la ambición particular más que por la lealtad a los principios sociales, o
a las tendencias humanistas y unificadoras.
Influencia religiosa
Por otro lado, sin pronunciarme
a favor o en contra de alguna religión en particular, el lado espiritual fue
causa de otra sectorización social, y el golpe a la unidad nacional era
cada día más atroz por parte de otro tipo de líderes que comerciaban o se
amparaban en alguna fe religiosa para ejercer influencia en la manera de pensar
de la sociedad, unida en cierto modo. Estoy convencido que el progreso humano
no excluye en ninguna manera el progreso religioso, pero también debo hacer
notar que la sectorización o el alejamiento del fin colectivo no vienen dados
por el simple hecho de creer o no creer, sino en la manera de creer que ciertos
líderes tratan de establecer.
Ante todo, el hombre es un ser
religioso, pero tampoco podemos utilizar esta verdad como pretexto para venir y
generar un sin fin de ideas separatistas que lo único que conseguirán es alejar
al hombre de su verdadero deseo de Dios. Continuando con la reflexión que nos
ocupa podemos advertir que por el lado religioso también padecimos el virus de
la sectorización. Grupos por todas partes entraban para imponer ideas extrañas
en el corazón de una sociedad que ya estaba herida por tintes políticos e
ideológicos, pero que aún conservaba un mínimo de esperanza en su progreso y en
el desarrollo colectivo.
Transcurrido algunos años el
problema religioso se había convertido en la lucha por la supervivencia; para
conservarse o imponerse un grupo tenía que combatir a otro, aunque los métodos
de combates fueran, en ciertas circunstancias, totalmente ilícitos. La
verdadera liberación y la unificación social eran cada vez más distantes. Pero
no todo se había perdido: también hubo ciertos grupos que se empeñaron en
revitalizar el deseo de bienestar y llevarlo hasta las últimas consecuencias.
Sin caer en el error de la justificación y sin irme a los extremos puedo
sostener que esta realidad que se estaba viviendo acrecentó el deseo del hombre
por encontrar su propia felicidad, sin importarle su esencia de ser para
la sociedad.
Ahora bien, ¿esta concepción
occidental de la vida y la felicidad podemos considerarla como parte de la
cultura? ¿Fue el pasado una puerta de entrada al mundo del individualismo? Me
pregunto cómo entender esta concepción de felicidad y progreso, si como parte
de la cultura colectiva o como parte de una cultura individualista.
Desgraciadamente, me atrevo a sostener ambas posibilidades, en el sentido que
esta falsa concepción llegó a desarrollarse e imponerse como situación
universal.
Autor: Gustavo Jiménez
El presente texto es propiedad intelectual del Movimiento de Acción Social Humanista S. C.